Auri (fragmento de «El temor de un hombre sabio»)
15 comentarios . Categorias: Blog · El temor de un hombre sabio(Con la publicación de El temor de un hombre sabio a la vuelta de la esquina, el 3 de noviembre, os ofrecemos en exclusiva un tercer fragmento breve del libro. En él, Kvothe visita a su amiga Auri.)
Auri
Ocho horas más tarde, entré por la puerta principal de Anker’s oliendo a bronce caliente, brea y humo de carbón. Era casi medianoche, y la taberna estaba casi vacía, con la excepción de un puñado de bebedores concienzudos.
—Pareces cansado —observó Anker cuando me acerqué a la barra.
—Estoy cansado —confirmé—. Supongo que ya no queda nada en la olla, ¿verdad?
Anker negó con la cabeza.
—Hoy estaban todos muy hambrientos. Me quedan unas patatas frías que pensaba echar en la sopa de mañana. Y media calabaza cocida, creo.
—Hecho —dije—. ¿No tendrás también un poco de mantequilla salada?
Anker asintió y se apartó de la barra.
—No hace falta que me lo calientes —dije—. Me lo llevaré a mi habitación.
Regresó con un cuenco con tres patatas de buen tamaño y media calabaza dorada con forma de campana. En el centro de la calabaza, de donde había retirado las semillas, había una generosa porción de mantequilla.
—También me llevaré una botella de cerveza de Bredon —dije mientras cogía el cuenco—. Tapada, porque no quiero derramarla por la escalera.
Mi habitacioncita estaba en el tercer piso. Después de cerrar la puerta, le di con cuidado la vuelta a la calabaza, puse la botella encima y lo envolví todo con un trozo de tela de saco, formando un hatillo que podría llevar bajo el brazo.
A continuación abrí la ventana y salí al tejado de la posada. Desde allí solo tenía que dar un salto para llegar a la panadería del otro lado del callejón.
El creciente de luna que brillaba en el cielo me proporcionaba suficiente luz para ver sin ser visto. Y no es que me preocupara mucho que alguien pudiera verme. Era cerca de medianoche, y las calles estaban tranquilas. Además, es asombroso lo poco que la gente mira hacia arriba.
Auri me esperaba sentada en una ancha chimenea de ladrillo. Llevaba el vestido que yo le había comprado y balanceaba distraídamente los pies descalzos mientras contemplaba las estrellas. Su fino cabello formaba alrededor de su cabeza un halo que se desplazaba con el más leve soplo de brisa.
Pisé con cuidado al centro de una plancha de chapa del tejado. La plancha produjo un sonido hueco bajo mis pies, como un lejano y melodioso tambor. Auri dejó de balancear los pies y se quedó quieta como un conejillo asustado. Entonces me vio y sonrió. La saludé con la mano.
Bajó de un salto de la chimenea y vino corriendo hasta mí, la melena ondeando.
—Hola, Kvothe. —Dio un pasito hacia atrás—. Hueles mal.
Compuse mi mejor sonrisa del día.
—Hola, Auri —dije—. Tú hueles como una muchacha hermosa.
—Sí —coincidió ella, jovial.
Dio unos pasitos hacia un lado, y luego otra vez hacia delante, de puntillas.
—¿Qué me has traído? —me preguntó.
—Y tú, ¿qué me has traído? —repliqué.
Ella sonrió.
—Tengo una manzana que piensa que es una pera —dijo sosteniéndola en alto—. Y un bollo que piensa que es un gato. Y una lechuga que piensa que es una lechuga.
—Entonces es una lechuga inteligente.
—No mucho —dijo ella con una risita delicada—. Si fuera inteligente, ¿por qué iba a pensar que era una lechuga?
—¿Ni siquiera si fuera una lechuga?—pregunté.
—Sobre todo si fuera una lechuga —dijo ella—. Ya es mala pata ser una lechuga. Pero peor aún pensar que se es una lechuga. —Sacudió la cabeza con tristeza, y su cabello siguió su movimiento, como si flotara bajo el agua.
Abrí mi hatillo.
—Te he traído patatas, media calabaza y una botella de cerveza que piensa que es una hogaza de pan.
—¿Qué piensa que es la calabaza? —me preguntó con curiosidad, contemplándola. Tenía las manos cogidas detrás de la espalda.
—Sabe que es una calabaza —dije—. Pero hace ver que es la puesta de sol.
—¿Y las patatas?
—Las patatas duermen —dije—. Y me temo que están frías.
Auri me miró con unos ojos llenos de dulzura.
—No tengas miedo —me dijo; alargó una mano y posó brevemente los dedos sobre mi mejilla, y su caricia fue más ligera que la caricia de una pluma—. Estoy aquí. Estás a salvo.
© 2011 Patrick Rothfuss.
© 2011 Random House Mondadori, S.A.
© 2011 Gemma Rovira, por la traducción.
Entrada anterior:
« Entrevistamos a Gemma Rovira, traductora de Rothfuss en España
Siguiente entrada:
Patrick Rothfuss explica la cancelación de su gira »
Comentarios